LA PARADA DE LOS MONSTRUOS

Tod Browning y los renglones torcidos de Dios

Tod Browning estrenó en 1932 FREAKS, LA PARADA DE LOS MONSTRUOS y provocó que el público huyera despavorido de las salas entre desmayos, gritos de espanto e incluso algún que otro aborto. Eso obligó a la Metro Goldwyn Mayer a mutilar la película, a recortarla en treinta minutos y hacer de ella un criatura fracturada que aún así estaba repleta de belleza y humanidad incomprendida.

FREAKS se estrenó en salas pero no duró mucho en ellas, apenas dos semanas. Obtuvo algunas buena críticas por aquí y por allá, y funcionó relativamente bien en Cincinatti, Buffalo, Boston, Cleveland, Omaha y St. Paul, pero en el cómputo global fue un desastre sin paliativos. Las grandes ciudades no pudieron con la exhibición de fenómenos de feria que aparecían en pantalla jugando a ser personas normales. Porque en FREAKS lo monstruoso es lo bello, y lo «normal» esconde lo monstruoso. «Desagradable, obscena, grotesca y bizarra», «No hay excusa que defienda esta película», «Esta película es un gran paso del cine hacia la censura. Si al final la logra, el mérito será exclusivamente suyo», decían las críticas.

FREAKS cayó enseguida en el ostracismo y fue a parar al cajón de las películas malditas y que nunca debieron hacerse. Y esto iba para largo de no haber sido por Dwain Esper, empresario del cine independiente que adquirió los derechos para su explotación ambulante en 1947.

Esper movió la película por Drive-ins de toda América y vapuleó los espíritus de los incautos que esperaban encontrarse con una fantasía exótica de serie B. Las respuestas del público fueron tan airadas que el empresario se vio obligado a añadir una introducción moralista y educacional para justificar la existencia de la película. Esta introducción fue mantenida por la propia Metro Goldwyn Mayer tras recuperar los derechos de explotación —de hecho, ha permanecido en copias de proyección y videográficas hasta hace muy poco—, e hizo que muchos confundieran el sentido de la misma como si fuera una declaración de intenciones del propio Browning. Nada más lejos de la realidad.

Tod Browning, EL POETA DEL HORROR

De Browning no sabemos demasiado más allá de sus películas, y eso ha hecho de él un personaje enigmático, singular y valedor de su prestigio. Sabemos que nació Kentucky en 1880 y que, fascinado desde niño con el poder hipnótico de la farándula, se adentró con dieciséis años en el mundo del circo y las variedades como contorsionista y actor cómico (siendo, literalmente, enterrado vivo en su primera actuación). Si tenemos que creer en su palabra, estaba trabajando en San Francisco cuando el terremoto de 1906, vivió en Chicago sobre 1910 y recaló en Nueva York un par de años más tarde. Allí conoció a otro oriundo de su pueblo natal, D. W. Griffith, con quien entabló una estrecha relación profesional que le llevaría finalmente a Los Ángeles, donde llegaría a asumir el papel de director de la segunda unidad en INTOLERANCIA (1916).

Antes de dirigir su primer largo, Browning sufrió un accidente de tráfico que le borró la sonrisa de la cara. En el accidente falleció el actor Elmer Booth, y Browning pasó prácticamente un año en cama. Tras su recuperación empezó a dirigir algunas películas de aventuras y misterio hasta que, poco a poco, fue introduciendo esos elementos grotescos y perturbadores que acabaron siendo parte indisoluble de su sello.

El resto es historia. Su filmografía está jalonada de logros indispensables dentro de la historia del cine fantástico. Están DRÁCULA, quizá su película más popular, y están MUÑECOS INFERNALES. Están EL TRÍO FANTÁSTICO y la maravillosa GARRAS HUMANAS, donde Joan Crawford inició su carrera cinematográfica. Estableció una corta pero fructífera relación profesional con Lon Chaney, el hombre de las mil caras, y juntos realizaron títulos míticos como algunos de los mencionados o LONDON AFTER MIDNIGHT, probablemente la más famosa de las películas desaparecidas en la historia del cine. Al final completó una filmografía de 62 títulos, si bien muchos de ellos se han perdido con el tiempo. 

Browning fue un director que destacó mientras las historias se contaban en silencio, al que le costó adaptarse al sonoro, que era exigente en el set hasta forzar un poco los límites, y que no terminó de superar el batacazo comercial de FREAKS. Tras ella vinieron cinco títulos más, y luego se retiró voluntariamente a su casa de Malibú con su esposa Alice, con quien llevaba casado desde 1911. Cuando ella murió en 1944, Browning se sentó a esperar la hora de su partida, que ocurrió en 1962, a la edad de 82 años.

Si bien a nivel global no tenía mucha tirada en los Estados Unidos, Browning sí era muy apreciado en Europa, y más todavía por los surrealistas. En 1956, el crítico francés Louis Seguin se vino arriba tras una copa de anisete y llegó a decir de él que era «uno de los mejores directores que jamás habían existido, superior incluso a Hitchcock o John Ford». 

El renacer de La parada de los monstruos

En 1962, FREAKS tuvo una nueva oportunidad tras proyectarse con éxito en el Festival Internacional de Venecia. Aquel pase generó una oleada de titulares en los periódicos que se hacían eco de las desastrosas consecuencias del Thalidomide, una medicina para combatir las náuseas matitunas que al parecer provocaba deformidades en los fetos. Un voyerismo mórbido ayudó a enfatizar los atributos y virtudes de la película, y enseguida pasó a convertise en un curioso referente en unos tiempos de revoluciones y desmanes, y en la que las normas y los valores sociales eran constantemente desafiados. Hoy en día, FREAKS está considerada una película única, una obra maestra inclasificable que trasciende incluso por encima de las mutilaciones y añadidos que sufrió en su día para suavizar su impacto.

Pero Browning ya no vería nada de eso, ni vería cómo su obra fue ganando adeptos con los años y llegó a influenciar a autores como Federico Fellini, Alejandro Jodorowski o David Lynch, entre otros. Un cáncer de laringe se lo llevó en octubre de 1962, y con él se fue una vida definida por una estricta privacidad personal. La obra de Browning es un espejo incierto donde quizá podemos adivinar al hombre, pero donde no podemos encontrar respuestas certeras debido a la escasa documentación que existe de las etapas tempranas de su vida. 

Tod Browning fue un poeta del horror, un personaje irremplazable y con un complejo mundo interior que nos regaló una de las filmografías más personales y únicas de la historia del cine. Por su obra deambulan personajes rotos y marcados, relaciones abusivas de padres hacia sus hijos, monstruos de feria, vampiros y criminales, y casi todos ellos destilan una profunda humanidad. En la mayoría de los casos ellos no son los monstruos, si no que son las víctimas de un entorno que les ha dado la espalda y que está representado por gente aparentemente normal por fuera, pero con las entrañas podridas por dentro. En cualquier caso, Browning tenía una mirada muy propia, y fue capaz con su obra —y FREAKS es una buena muestra de ello— de hacer desde la intuición aquello que los surrealistas hicieron desde el intelecto tras la hecatombe de primera guerra mundial: deformar y privar de un «naturalismo aceptable» la figura humana como representación de sus experiencias traumáticas y su humanidad marcada.

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