TOBY DAMMIT: EL DÍA EN QUE FELLINI REIMAGINÓ A EDGAR ALLAN POE

Federico Fellini llegó a HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, película antológica producida en 1968 y basada en obras del insigne Edgar Allan Poe, después de un largo tiempo de convalecencia y cuando los nombres de Luís Buñuel y Orson Welles estaban todavía asociados al título. Menuda obra maestra pudo haber surgido de allí. Sin embargo, Welles y Buñuel cayeron del proyecto y en su lugar entraron Roger Vadim y Louis Malle, cineastas dispares y de distinta mirada (más pop la del primero, más humanista y de mejor calado la del segundo), y aquello se fue un poco de madre.

Si echamos una mirada atenta a las historias de Vadim y Malle veremos que no son gran cosa. Vadim dirigió el segmento METZENGERSTEIN a golpe de teleobjetivo, logrando un producto víctima de la moda de entonces que haría palidecer de envidia al mismísimo Valerio Lazarov. Minifaldas de época y una discutible recreación histórica apuntillan una adaptación ofuscada en su propio onanismo estético y cuyo mayor aliciente es ver a Peter y Jane Fonda, hermanos en la vida real, interpretando a dos amantes en la ficción. Jane era por entonces la mujer de Vadim y eso justificaba su presencia, mientras que Peter aprovechó al menos los tiempos muertos para escribir EASY RIDER, y aquello quedaría para la posteridad. 

Malle, muchísimo mejor cineasta, abordó por su parte el relato WILLIAM WILSON con más tiento y mejor gusto, si bien queda lejos de brillar al ser poco intencionada y al faltarle un poco de nervio en la apuesta final. El William Wilson de Poe es mucho más fascinante, por la oscuridad que proyecta su subconsciente, que el doppleganger que interpreta Alain Delon, más aleccionador y literal, y más dispuesto a una comparación llana entre dos opuestos.

Pero Fellini estaba allí con muchas ganas y elevó la categoría del conjunto con su segmento TOBY DAMMIT, el último de ellos, tan inesperado como fascinante. Uno de sus aciertos consistió en rebuscar entre los relatos menos conocidos del de Boston para dar con No apostarás tu cabeza al diablo, historia mordaz que conjugaba lo fantastique con lo satírico y lo moral. Luego puso la guinda al trasladar ese relato al presente, ambientándolo en una Roma de pesadilla, y reformularlo casi por entero para hablar de Poe, de él mismo y de la situación de la cinematografía italiana de la época. Todo un logro.

El argumento de TOBY DAMMIT se resume en lo siguiente: Damitt es un actor inglés venido a menos y alholizado que viaja a Roma para participar en lo que será el primer western católico de la historia. Siempre hay una primera vez para todo. Acepta el trabajo, además, porque como pago le han ofrecido un Ferrari. Cuando recibe el coche, el actor se lanza a una carrera desenfrenada por las calles de Roma, y entonces pasa lo que tiene que pasar.

La historia, argumentalmente hablando, es mínima y minimalista, y lo que hace Fellini es crear, o más bien recrear, un mundo que conoce muy bien, el de la cinematografía italiana afectada por la decadencia y el deterioro. El subproducto está a la orden del día, y la presencia de actores extranjeros —especialmente anglosajones— para dar entidad y relevancia a este cine visceral y vitamínico es cada vez más común. El detalle del vehículo del caballo blanco es además un cáustico detalle tomado de una anécdota real: Clint Eastwood aceptó participar el año anterior en LAS BRUJAS (película también antológica dirigida por Mauro Bolognini, Vittorio De Sica, Pier Paolo Pasolini, Franco Rosi y Luccino Visconti) previo pago de un Ferrari.

Terence Stamp interpreta Toby Dammit, aunque antes se valoró a Marlon Brando, Richard Burton o Peter O’Toole, quien llegó a estar vinculado al proyecto. O’Toole acabó saliendo, y Fellini consiguió a Stamp tras hablar con una agencia británica y pedirle a los actores más decadentes que pudiera conseguir. 

Fellini logra que su protagonista reuna alguna de las características propias de un creador como Edgar Allan Poe —esa capacidad fabuladora para recrear un estado de ensueño y pesadilla— y lo coloca en un entorno pesadillesco, reinventado e irreal, porque entiende que el universo intangible y onírico del autor de El cuervo solo puede ser recreado desde la reformulación. El Damitt felliniano es seco, antipático, nihilista, anheloso de poder y reconocimiento, y se pasea dolorosamente por una Roma reconvertida en un infierno donde se dan la mano la degradación de los símbolos cristianos, los excesos de la fama y la descomposición de la realidad. Ese viaje, que a su vez es un descenso a lo más negro del abismo y del que Toby Dammit huye constantemente a través del alcohol, finaliza con el encuentro último, inevitable y fatal, con el que espera al final del trayecto, con aquel con el que uno no debe apostar su cabeza porque si no al final pasa lo que pasa: el mismísimo Diablo, aquí presentado con el turbador aspecto de una niña vestida de blanco que juega con una pelota.

Roger Corman se había erigido como el más insigne adaptador al cine de la obra de Edgar Allan Poe hasta la fecha —y por favor reconozcamos la aportación del enorme Vincent Price en dicho mérito—, y antes que él hubo alguna adaptación memorable que merece ser rescatada (por ejemplo, LA CAÍDA DE LA CASA USHER, dirigida por Jean Epstein en 1929), pero con Federico Fellini, y sin que nadie pudiera anticiparlo, Poe encontró su mayor valedor en la traslación de su obra al celuloide. TOBY DAMMIT se erige, por méritos propios, como un trabajo vivo, enloquecido y poseedor de una entidad propia capaz de unir lo mejor de los dos mundos.

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